TRIGÉSIMO CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – AÑO C

Fiesta de Cristo Rey
 
Lucas 23,35-43

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Un buen domingo para todos.

Si repasamos las páginas de los libros de historia veremos la sucesión de muchos reinos que surgen, tienen su momento de gloria, someten a otros los pueblos, luego llega el inevitable momento de la decadencia y estos reinos se desmoronan.

Pensemos en los asirios: a principios del siglo VII a.C. desde el Golfo Pérsico hasta el Egipto de los faraones, el mundo entero era suyo. ¿Cuánto duró este reino? A finales del siglo VII a.C. Nínive fue conquistada por los babilonios que iniciaron su reinado. Recordemos los jardines colgantes, una de las siete maravillas del mundo; la puerta de Ishtar en Babilonia,dedicada a la diosa protectora de la ciudad, Ishtar la estrella de la mañana; recordemos al león sobre esta puerta, símbolo de la fuerza, del dominio de los babilonios. Recordamos la famosa torre de Etemenanki. ¿Cuánto duró la gloria de Babilonia? Ni siquiera un siglo, porque después llegaron los persas y conquistaron Babilonia. Incluso los persas, después de dos siglos, tuvieron que rendir el reino y todas las satrapías fueron conquistadas por Alejandro Magno. Luego vinieron los romanos.

Así son todos los reinos de este mundo, pasan, al cabo de un tiempo desaparecen dejando rastros de sangre, recuerdos de guerras, violencia y crueldad sin precedentes. Y lo mismo ocurre con las ideologías, con las modas, con los partidos políticos que surgen e ilusionan porque prometen el nuevo mundo y parece que encarnan algo divino, de eterno, pero siempre, todos, se desvanecen.

La pregunta entonces, ¿existe un reino que no se acabe – un reino en el que puedo apostar mi vida con la certeza de que no me decepcionará, seguro de que no me he equivocado de bando en la historia? Esta es la pregunta, y la palabra de Dios de hoy responde a esta misma pregunta porque pone ante nosotros el reino que permanece para siempre, el que Jesús nos propone.

Desde el comienzo de su vida pública Jesús habló de este reino; este tema ha estado al centro de toda su predicación. En sus labios este tema se repite unas 90 veces. ¿De qué realeza se trata? No es fácil de entender; recordemos cómo en el diálogo que Jesús mantuvo con Pilato, el procurador romano no comprendió, no entendió de qué reino hablaba Jesús; él sólo entiende la realeza de Tiberio, la que se basa en la fuerza de las legiones romanas; y Jesús no tiene soldados, solo doce pescadores que le siguen y algunas mujeres, ‘¿qué reino es el tuyo?’. No entiende nada de la nueva realeza; y tengamos cuidado porque a lo largo de los siglos, desgraciadamente, incluso aquellos que dieron su lealtad al reino de Jesús, luego sucumbieron a la tentación de seguir ajustándose a los criterios y a la lógica de los reinos de este mundo.

A menudo no era fácil distinguir entre los que habían dado la adhesión al reino de Jesús de los otros reinos; existía la misma pompa, la misma búsqueda de los honores, del poder, de la riqueza, del peso político. Pensemos en la frecuencia con la que los discípulos de Cristo a menudo se vieron envueltos en una competición con la grandeza de los reinos de este mundo, e incluso recurrieron a la violencia, que es lo más incompatible con el reino propuesto por Jesús.

Estamos al final del año litúrgico, y también al final del evangelio de Lucas que nos ha acompañó a lo largo de este año. Al principio este evangelista presentó con tres parábolas las tentaciones que acompañaron a Jesús a lo largo de su vida, y una de estas tentaciones se refiere a la propuesta que el maligno hizo a Jesús para que conquistase, también él, un reino en este mundo. Le había sugerido, ‘Piénsatelo, tú quieres cambiar este mundo, quieres construir tu propio reino, eres inteligente, puedes mover multitudes… te enseñaré cómo llegar a ser grande’.

¿Cómo se obtiene este éxito? Sus palabras fueron estas: ‘Te daré la gloria de todos los reinos de este mundo, porque yo tengo a este mundo en mis manos, pero con una condición, que te postres para adorarme’. Quería decir, ‘acepta las indicaciones que te sugiero y los reinos de este mundo que poseo se conquistan incluso seduciendo, engañando, explotando porque ten presente que, si eres honesto, si piensas en el bien de los demás, de los pobres, no irás muy lejos’.

La sugerencia lejana que le había dado era pensar en ti mismo para estar bien; ‘ten presente que para ser feliz hay que escalar alto, conquistar el poder si quieres ser recordado en las páginas de los libros de historia, si quieres que tu nombre sea dado a las ciudades, como le ocurrió a César, con más de 30 Cesareas. Alejandro Magno: ¿cuántas Alejandrías? Si no me escuchas, no serás nadie, ya nadie se acordará de ti’. Estos son los pensamientos que el maligno quería poner en la mente de Jesús.

Esta fue una de sus tentaciones. Observamos cómo el maligno se había presentado, no como un adversario, sino como un amigo, uno que quería el bien para Jesús, quería ayudarle a construir su reino. En el Evangelio de hoy este mal pensamiento se encarnará y lo escucharemos en las palabras de personajes concretos que nos encontraremos en el Evangelio de hoy, y será el último intento del maligno de hacer que Jesús se retraiga de su propuesta de reino completamente diverso. Y, de hecho, el pasaje de hoy comienza poniendo ante nosotrosla dramática escena de la coronación de Jesús como rey. Después será imposible equivocarse; no se podrá confundir de ninguna manera el reino de Jesús con los reinos de este mundo; y se nos invitará a hacer nuestra propia elección, a qué reino unirnos.

Escuchemos:

“Después de haber crucificado a Jesús, el pueblo estaba mirando y los jefes se burlaban de él diciendo: Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si es el Mesías, el predilecto de Dios. También los soldados se burlaban de él. Se acercaban a ofrecerle vinagre y le decían: Si eres el rey de los judíos, sálvate. Encima de él había una inscripción que decía: Éste es el rey de los judíos”.

Anteriormente, vieron al fondo el cuadro de la coronación de Carlo Magno por el Papa León III; fue con estas ceremonias triunfales que se entronizaban a los emperadores y faraones; había festejos, ceremonias aparatosas, homenajes, tributos. Así eran todas las coronaciones de los reyes de este mundo; eran un himno a la fuerza, una celebración del poder, del dominio. Recordemos al faraón que el día de su toma de posesión que el día de su toma de posesión disparaba cuatro flechas, en dirección a los cuatro puntos cardinales. Era la advertencia que enviaba a todos los reyes de la tierra: ‘Tengan cuidado de no provocarme porque desataría toda mi fuerza’. Eso es lo que caracteriza a los reinos de este mundo, que están en manos del maligno; que buscan el dominio con orgullo.

El relato que acabamos de escuchar, y la representación que ven ahora en el fondo, nos hablan de una coronación real pero completamente diferente; no hay nada de lo que caracteriza las coronaciones de los reyes de este mundo. Es imposible equivocarse porque son dos reinos opuestos. Queremos compararlos porque después tenemos que hacer nuestra elección; debemos dar nuestra adhesión a uno u al otro; y nuestra vida depende de ello. Por eso queremos entender bien cómo es el reino que nos propone Jesús. Observamos que el lugar de la coronación no es la sala del trono de un suntuoso palacio, es el Calvario, un lugar inmundo, fuera de las murallas de la ciudad santa. Allí tenían lugar las ejecuciones.

Acababan en la cruz los malditos por Dios; y este lugar fue elegido porque, si se fijan, estaba en un lugar alto, como un escenario en el que se realizaba una representación, un espectáculo para que asistieran todos los que entraban y salían de la puerta de la ciudad.

El evangelista Lucas emplea un término griego que sólo aparece allí y no por casualidad. En todo el Nuevo Testamento nunca se emplea este término ‘θεωρία’ – ‘theoría’ (de donde viene la palabra ‘teatro’). ‘Theoría’ significa precisamente espectáculo, es una representación que tiene lugar ahora en ese escenario que es el Calvario, y en esta representación Lucas quiere que todos asistamos porque allí Dios está en el escenario. Es Dios que nos muestra toda su gloria, nos muestra su verdadero rostro. Y al final de la representación, cada uno de nosotros será invitado a borrar de la mente y del corazón todas las imágenes de Dios que no correspondan con el Dios que hemos visto en el Calvario.

El trono es una cruz. Si Jesús hubiese escuchado al malvado que le sugirió que tomara un reino de este mundo, ‘ya que tienes todas las capacidades para conquistarlo’, no habría acabado en una cruz, estaría en otro trono, adornado con piedras preciosas. Esta es la invitación a cancelar todos los tronos en los que hemos colocado a Dios; no está en los tronos que a nosotros nos gusta. Su trono es la cruz, y desde la cruz, desde ese trono, no da órdenes,sino que obedece a su identidad como Dios que es amor y solo amor, bondad y solo bondad. Y desde ese trono, que es la cruz, el trono glorioso, juzgará nuestra vida; será una vida exitosa si se conforma a lo que vemos allí en la cruz, es decir, una vida entregada totalmente por amor. El juicio no será de condena, sino se nos evaluará según esa vida que él vivió, una vida totalmente entregada.

El cetro, ¿cuál es cetro que todos los reyes sostienen, el bastón decorado con metales preciosos? Como sabemos, el cetro era originalmente un simple bastón que indicaba el poder del gobernante para derribar a cualquiera que desafiara sus órdenes, simbolizando así el dominio, el miedo que ese gobernante era capaz de inculcar. Las manos de Jesús: Están clavadas, nunca tocó ninguno de estos cetros que todos los gobernantes del mundo empuñan para golpear. Él nunca golpea a nadie, es golpeado y nunca reaccionará. Nunca golpeará a nadie con castigos a los que se han desviado. Este cetro se lo ponemos en sus manos nosotros porque nos gusta un Dios que castiga; nos gusta porque somos malos, y quisiéramos un Dios que se parezca a nosotros. No, quitemos todos los cetros de las manos de Jesús porque él nunca golpeará a nadie. Este es el Dios que se revela allí, en este espectáculo del Calvario, que Lucas quiere que observemos con mucha atención.

Luego, ¿dónde están las vestimentas de púrpura, de la que más tarde, por desgracia, harán gala muchos de sus discípulos que no han entendido ni interiorizado su propuesta de un nuevo reino? No hay vestimenta, está desnudo y es pobre, es el bienaventurado que se quedó sin nada porque lo dio todo. Esta es la propuesta de bienaventuranza que él ha hecho: Bienaventurados los pobres, es decir, los que no tienen nada porque lo han dado todo. Estén atentos para cuando se llegue a la aduana de la vida, al final de la vida como él en el calvario. La vida triunfa cuando es como la suya, cuando estamos desnudos como él porque hemos dado todo lo que Dios ha puesto en nuestras manos y lo hemos transformado en amor por la vida de nuestro hermano.

Tampoco hay rastro de un ejército que debería asegurar con las armas y por la fuerza el poder del soberano. Sí, están los soldados al pie de la cruz, pero no son de los suyos. Ya lo había dicho a Pilato: ‘Si mi reino se fundara sobre los criterios de este mundo, en el reino de Tiberio en los que tú, Pilato, crees, mis discípulos habrían tratado de reaccionar con armas’. No; Jesús no conoce este ejército y antes que a Pilato ya lo había dejado claro a Pedro, que no es con la espada que el nuevo reino se establece en el mundo.

Los guardaespaldas: Dos criminales que son condenados al mismo castigo, y él en el medio. Observen bien entre quienes se encuentra Dios; se encuentra entre dos criminales, y dice bien la carta a los hebreos hablando de Jesús nuestro hermano que ‘no se avergüenza de llamar hermanos a los dos que tiene a su lado’. Nos damos cuenta de cómo el Dios que vemos allí en el Calvario, que estamos contemplando, es completamente diferente de lo que nos imaginamos.

Cuando el Hijo de Dios vino a mostrarnos su rostro en este mundo, cuando aparecieron las primeras personas que tenía a su lado de quien no se avergonzaba de llamar hermanos, eran los impuros de la tierra, los pastores. Luego, cuando creció, se dirigió junto a los pecadores para el bautismo; y recordemos que el Bautista dijo: ‘Estás fuera de lugar, debes estar con los justos’. Y él dijo, ‘No, ahora ha comenzado una nueva justicia’. Este es el Dios que se revela allí en el Calvario. Está en medio a dos criminales. Este es nuestro Dios.

La corona: Es una corona de espinas. Recordemos que tras la conquista de Jerusalén los cruzados habían planeado coronar al rey Balduino en el Calvario; habían hecho una cruzada para conquistar este lugar sagrado. Menos mal que alguien tuvo el buen sentido común de decir: ‘No hagamos este gesto blasfemo’. Y, de hecho, se decidió coronarlo en la Basílica de Belén, el 25 de diciembre del año 1100. ¿Dónde están los pajes, los asistentes, los cortesanos que lo aclaman y obsequian?

Observemos al pie de la cruz; continúa el espectáculo que es mostrado por Lucas; nos habla de tres grupos de personas: El pueblo, que estaba observando; parece que no se daban cuenta de lo que pasa, no entienden cómo un hombre que sólo ha hecho el bien puede morir así, lo matan y no reacciona.

Inmediatamente después el evangelista Lucas notará que todas las multitudes que habían acudido a este espectáculo, a la ‘θεωρία’ – ‘theoría’, pensando en lo que habían visto, regresaban golpeándose el pecho. Esta es la invitación que se nos hace, repensando en el espectáculo que Lucas nos hace presenciar; al final nosotros también debemos alejarnos golpeando el pecho por haber ofendido a Dios con nuestros pensamientos, con las máscaras que hemos colocado en su rostro. Este pueblo representa a todas las personas bien dispuestasque desean comprender el nuevo reino de Dios, pero no lo logran porque los que deberían iluminar esta multitud sobre la verdadera realeza, están a su vez totalmente absortos en la búsqueda de la grandeza de este mundo, por lo tanto, no pueden guiar a este pueblo que quisiera comprender lo que está sucediendo y a qué reino es bueno unirse.

Segundo grupo: Los líderes se burlan de él y dicen: ‘Salvó a otros, que se salve a sí mismo si es el Cristo, el elegido’. Estos líderes son los verdaderos responsables, los que sostienen el viejo reino que presiden; son los dominadores, no quieren que el viejo reino termine y se instaure un nuevo reino. Lo desafían. ¿Por qué Jesús no baja del Cruz? ¿Por qué no hace el milagro para que todos le creyeran y desearíamos nosotros también? Seamos sinceros… que baje y haga pagar a los que le desafían. Este es el Dios que no existe; es el Dios que nos gusta, el Dios que muestra toda su fuerza. Pero este Dios es incompatible con lo que se nos revela allí, en el espectáculo de Calvario. El Dios del Calvario es el Dios que ama a todos, incluso a los que le combaten; el Dios que, aunque uno no confíe en su palabra y lo insulte, él sigue amándolo, lo perdona porque es un Dios que salva, y eso es todo. La propuesta del maligno era precisamente la de replegarse sobre sí mismo: ‘Piensa en ti mismo’. Ese es el maligno que, a través de la boca de estos líderes del pueblo, continúa con su propuesta: ‘Sálvate a ti mismo; emplea todas tus habilidades en el servicio de ti mismo’.Mientras que el verdadero Dios, en lugar de eso, sólo piensa en amar.

Los soldados: Se burlan de él, competían para darle vinagre. No eran romanos; eran soldados sirios. Eran pobres hombres, arrancados de sus familias y de su tierra y enviados, por poco dinero, a cometer actos de violencia contra un pueblo con una lengua, costumbres, religiones diferentes; y lejos de sus familias, sus esposas y de sus hijos. Habían perdido todos los sentimientos humanos y descargaban su decepción contra los más débiles que ellos,angustiaban al pobre pueblo, eran víctimas del loco designio del reino antiguo donde sólo cuenta la fuerza. Y por eso dicen: ‘Si eres el rey de los judíos sálvate a ti mismo’. También ellos lo repiten por segunda vez, ‘piensa en ti mismo’. Han sido educados a creer sólo en la fuerza; y los que confían en las armas respetan a los que ganan y se burlan de los perdedores. Y Jesús está en el lado de los perdedores.

Encima de él había una inscripción: “Este es el rey de los judíos”. Es toda una parodia de la realeza de este mundo. El evangelista Juan notará la ironía de la inscripción colocada por Pilato, porque los líderes del pueblo harán sus quejas: No escribas que el rey de los judíos, sino que él dijo que es el rey de los judíos. Y Pilato responderá: Lo que está escrito, escrito está”, permanece, ‘rey de los judíos’. Pilato no lo sabía, pero decía la verdad. Él es que cumple la Escritura, es él el rey esperado, pero aquellos que creían poseer el conocimiento de las Escrituras se habían equivocado; seguían pensando en un Mesías según sus propios criterios, y sus criterios no eran los criterios de Dios. Los criterios del Mesías de Dios los vimos allí, en el Calvario. Ese es el Mesías que salva, y nos salva cuando nos dejamos liberar sobre el replegarnos sobre nosotros mismos y abrir nuestro corazón al amor incondicional por nuestro hermano o hermana, aunque sea el que nos quite la vida.

El evangelista Lucas nos ha presentado la nueva realeza; es el espectáculo que hemos presenciado; ahora se nos invita a hacer la elección. Al lado de Jesús hay dos malhechores; uno de ellos reconocerá haber pertenecido al antiguo reino, el del dominio, de la fuerza y la violencia y ahora dará su adhesión al nuevo reino. Escuchemos:

“Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros. Pero el otro lo reprendió diciendo: ¿No tienes temor de Dios, tú, que sufres la misma pena? Lo nuestro es justo, recibimos la paga de nuestros delitos; pero él, en cambio, no ha cometido ningún crimen. Y añadió: Jesús, cuando llegues a tu reino acuérdate de mí. Jesús le contestó: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

La revelación de Dios no ha terminado. Lucas nos invita ahora a contemplar a Dios entre dos criminales, y a escuchar la propuesta que el primero de estos criminales hace a Jesús, que le dice: ‘Si eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros’. El Mesías que este criminal tiene en mente es el que le enseñaron los líderes religiosos que esperan al Mesías victorioso, que construye un reino en este mundo, y este criminal luchó por uno de estos reinos y perdió. Y le dice a Jesús: ‘Si eres el Mesías, lo hacemos juntos, sálvate y sálvanos’. Esta es la tercera vez que escuchamos esta propuesta hecha a Jesús: ‘Sálvate a ti mismo’.

Era la propuesta que el maligno le había hecho desde el principio: ‘Tú, Jesús debes pensar en ti mismo, no en los demás. Si piensas en ti mismo construyes un gran reino y te conviertes en alguien importante’. Esta es la tercera vez que aparece, ‘piensa en ti mismo’,‘sálvate a ti mismo’. En este reino viejo en el que este criminal sigue creyendo, la vida no debe ser donada, debe ser retenida. Es una sugerencia que el diablo le había dado. El segundo malhechor dice a su colega: ‘Hemos errado en la vida; nos pusimos del lado del reino equivocado y perdimos. Podríamos haber ganado, pero hemos perdido’. Esta es la lógica de los reinos de este mundo que se basan en la fuerza; ‘tuvimos menos fuerza y perdimos’.

Y se dirige a Jesús y le llama por su nombre; siente que es un amigo, no le llama Señorporque ahora ha abierto los ojos y ha comprendido el verdadero rostro de Dios, el Dios que ama. Lo ve como un compañero de viaje, que ciertamente no aprueba lo que ha hecho, pero no se siente condenado por este Dios. Y Jesús no le dice que se arrepienta. Lo introduce en el paraíso.

La historia de este malhechor es la de toda persona. ¿Quién de nosotros no ha cometido algún asesinato, no con la espada, sino con el odio, con los celos, con la calumnia y la mentira, con el chisme, con la injusticia? Si hubiese radiografías que revelasen lo que tenemos en el corazón, quizás encontrarían un cementerio. La respuesta de Jesús: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Este ‘hoy’ en el Evangelio de Lucas es un adverbio muy importante que se repite seis veces y siempre en momentos muy significativos. La primera vez, que todos recordamos, es en boca del ángel que dice a los pastores: “Hoy ha nacido para ustedes el Salvador”. Luego, en Nazaret, cuando Jesús leyó la profecía de Isaías y concluye diciendo: “Hoy se ha cumplido esta profecía”. Luego, después de que Jesús levantó y puso en pie al paralítico,toda la gente dice: “Hoy hemos visto cosas maravillosas”. Después, cuando Jesús ve a Zaqueo le dice: “Hoy debo entrar en tu casa, debo quedarme contigo”. Y al final dice: “Hoy ha entrado la salvación en esta casa”. Y la última vez es el del calvario: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Este término ‘paraíso’ aparece una sola vez en los Evangelios, en los labios de Jesús en el Calvario: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Esta palabra proviene de una palabra persa ‘pairaida za’, que indicaba un gran jardín donde todo es verde, un parque con manantiales de agua fresca, árboles frondosos llenos de frutos, y olores de flores. Jesús no se acordará de él en el paraíso, sino que ‘hoy’ lo introduce en el nuevo Reino.

Esta es la buena y la gran noticia. Este es el Evangelio. El reino de Dios no es merecido; se da a todos, incluso a los mayores criminales porque el amor de Dios no mira quien es bueno y quien es malo, sino que da su amor incondicional a todos. Pedro, en su segunda carta, recordando lo que vio o lo que oyó decir sobre lo que ocurrió en el Calvario, dice que cuando Jesús era insultado no respondió con ultrajes, sufriendo no amenazó con venganza. Es la invitación que Pedro hace a los cristianos perseguidos que sean como su Maestro. Quienes creen en el nuevo reino se comportan como ese Dios, como ese Hijo de Dios que él vio en el Calvario.

Les deseo a todos un buen domingo y una buena semana.

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