Lucas 18,9-14
Un buen domingo para todos.
Recordemos que en el evangelio de la semana pasada escuchamos la ferviente exhortación de Jesús que nos ha dicho: “Deben orar siempre”. No se trata de recitar muchas fórmulas, sino mantener siempre los pensamientos y sentimientos en sintonía con los de Dios. Y saber discernir, en cada momento, qué opciones tomar, qué decisiones emprender; y, esto especialmente, cuando las cosas en la vida no van bien; cuando se debe confrontar con la injusticia. Y si no se ora se arriesga en equivocarse y de hacer opciones que no están en sintonía con el evangelio.
Pero no basta orar siempre, es necesario orar bien. Orar de la manera correcta, porque la oración equivocada es muy peligrosa. ¿Qué obtiene? Sirve para evitar que nuestros pensamientos y decisiones estén en sintonía con los de Dios. La oración equivocada obtiene el efecto opuesto; sirve para convencernos siempre más que lo que hacemos está bien y que Dios piensa igual que nosotros. Y, entonces, ni siquiera nos pasa por la mente que Dios puede pensar de manera diferente a la nuestra. Y cuidado si alguien quiere insinuar alguna duda sobre nuestras convicciones y de rebatir nuestras certezas.
Es para ponernos sobre aviso sobre este peligro que Jesús narra hoy otra parábola que las comunidades cristianas de hoy la necesitan mucho más de lo que pensamos. La parábola es una de las más conocidas: La del fariseo y del recaudador de impuestos. Y no es una parábola simple tal como pareciera a primera vista.
Escuchemos, primeramente, a quiénes va dirigida, para quiénes la narra Jesús. Es importante comprender quiénes son a los que quiere dar una lección. Escuchemos la parábola:
“En aquel tiempo Jesús contó esta parábola por algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás”.
Es muy importante tener en cuenta a quién va dirigida la parábola que hemos escuchado. No es a los ateos, a los incrédulos o a los pecadores; no son ellos a quienes Jesús quiere convertir. Se dirige a los justos, a los creyentes practicantes, a los discípulos devotos, a los que siempre van a la iglesia, a los que rezan mucho. Está dirigida a los que piensan que sólo merecen cumplidos y elogios, no correcciones. ¿Cómo caracteriza Jesús a estos Justos? Prestemos atención para ver si nos reconocemos en estas características.
La primera: son personas que están orgullosas de su integridad moral, llevan la frente bien alta, saben que todas las personas deben respetarlos, que son íntegros. Son los que están convencidos de que merecen bendiciones y favores de Dios porque son fieles a todos los mandatos del Señor, observan escrupulosamente todos los preceptos de la ley.
Segunda característica que tienen estas personas, que deriva de esta complacencia de uno mismo por su belleza moral: desprecian a los demás. El verbo griego que se emplea es muy eficaz, ‘ἐξουθενοῦντας’ – ‘exouthenountas’ que significa que consideran a los demás como la nada. En la parábola estos Justos se encarnarán en la figura del fariseo, y este es el problema, porque pensamos que no tenemos nada que ver con el fariseo; el fariseo es antipático para nosotros; es un hipócrita lleno de orgullo y de presunción. En todas las pinturas se le presenta como una persona altiva y despectiva. Observen con qué postura se presenta en el templo.
Este es el peligro de la parábola; sentimos cierta simpatía por el recaudador de impuestos; no es que nos identifiquemos con él, pero el pobre hombre está ahora arrepentido, ha obrado mal, pero es humilde y por eso merece nuestra comprensión. Entonces, no nos identificamos con el recaudador de impuestos, pero no aguantamos al fariseo. Cuando salimos de la iglesia estamos tranquilos, este domingo nos hemos librado porque la lección no nos concierne. Pero cuando oigamos la parábola nos daremos cuenta de que Jesús realmente quiere hacernos simpatizar con el fariseo y conseguirá que nos compadezcamos de la persona justa, con los que se sienten bien con Dios, y entonces nos daremos cuenta de que Jesús contó la parábola precisamente para nosotros, los cristianos de hoy, y nos perturbará mucho.
Escuchemos la parábola:
“Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, el otro recaudador de impuestos. El fariseo, de pie, oraba así en voz baja: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces por semana y pago diezmos de cuanto poseo”.
Situemos la parábola contada por Jesús. Al fondo puse la reconstrucción de la explanada del templo. Observen el lado sur de esta explanada, donde se encuentra el pórtico Regio. Tenía una longitud de 280 metros frente a Siloé; si van por el camino que ahora les indico, después de 250 metros llegan a la piscina de Siloé. En esta parte sur había dos entradas monumentales, dos escaleras, una al este que tenía 15 metros de ancho y conducía a una puerta de entrada triple; y otra al oeste, de 60 metros de ancho, que conducía a una puerta de entrada doble. Ahora les mostraré mejor estos dos escalones: el del este estaba reservada a los sacerdotes y levitas.
Jesús nunca entró por esa puerta triple porque era un laico, no era un sacerdote o un levita; podía entrar por la puerta doble y la entrada estaba a la derecha, para subir luego a la explanada; y la salida, los que bajaban, a la izquierda, con una excepción, algunos no salían por la puerta de la izquierda, sino que cruzaban a los peregrinos saliendo por la puerta de la derecha, y estos peregrinos entendían que ‘nuestro hermano de la fe nos está diciendo que hay algo muy importante y quiere que los que ahora vamos a rezar al Señor nos acordemos de él’. Esta es una forma hermosa de pedir una oración para los problemas y las dificultades que uno enfrenta en la vida.
Ahora les muestro cómo son estas dos escaleras en la actualidad; la que lleva a la puerta triple está claramente reconstruida y la puerta triple ha sido tapiada, pero ciertamente Anás y Caifás o Zacarías han pasado por esas puertas porque eran sacerdotes del templo. Ahora les muestro los escalones y no están reconstruidos, ha sido desenterrados por los arqueólogos; es el original por donde Jesús ha entrado descalzo. Cuando miramos este tramo de escaleras de 60 metros de ancho, podemos imaginar a los dos hombres de la parábola que suben al templo a rezar.
¿Qué iba a hacer la gente al templo? A ofrecer sacrificios, promesas, dar gracias al Señor, pedir perdón por sus pecados. Estos dos tienen el mismo propósito, ambos van a rezar. Los salmistas emplean una hermosa expresión para decir que se va al templo, decían que iban a ver el rostro del Señor. El salmista del Salmo 42, que fue desterrado en la parte norte de Israel, reza diciendo, “cuándo podré volver a ver el rostro de Dios”. En efecto, el que va a rezar, va a contemplar el rostro de su Dios. Estemos atentos, reconocemos a las personas por su rostro, y por las oraciones que hacemos también reconocemos quién es nuestro interlocutor, qué rostro tiene nuestro Dios.
Preguntémonos siempre si el rostro del Dios al que voy a rezar es el rostro del Dios de Jesús de Nazaret o es el rostro que predican los escribas y fariseos, el rostro que enseñaban en sus catequesis y que tal vez no corresponda al verdadero Dios. Tengamos cuidado,verifiquemos bien quién es nuestro interlocutor en la oración, porque podría ser un Dios que no existe. Cuando nos dirigimos a un Dios que tiene una varita mágica en la mano y le convencemos de que debe resolver nuestros problemas con milagros… este es el rostro de un dios que no existe. Estemos atentos al rezar, preguntémonos ¿qué rostro tiene mi Dios? ¿Es el rostro del Dios de Jesús de Nazaret o es diferente?
De hecho, veremos cómo estas dos personas que ahora suben al templo a rezar oran a un Dios diferente el uno del otro; tienen dos rostros diferentes. ¿Quiénes son estos dos? El primero es un fariseo. Jesús yuxtapone aquí dos personajes que están en las antípodas de la sociedad religiosa de Israel. El fariseo es el santo, el justo, el observador de los mandamientos; y el recaudador de impuestos es la escoria de la sociedad judía, el peor de los pecadores.
Veamos primero quién es el fariseo. Nosotros tenemos una concepción errónea de los fariseos porque ha quedado en nuestros oídos la frase del evangelio “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas!”. En tiempo de Jesús ‘fariseo’ no significaba como nos resuena hoy a nosotros, como persona falsa, el que dice y no práctica lo que dice. No, el fariseo era una persona leal, fiel, practicante de la ley del Señor. Nicodemo era el líder de los fariseos y Jesús no sólo no lo reprendió, sino que demostró que lo estimaba. Pablo, que también ataca con dureza la teología de los fariseos, como lo hizo Jesús, se jacta de haber sido fariseo, y en la Carta a los Romanos dice que son personas que tienen celo por Dios.
Veamos en detalle cómo Jesús presenta al fariseo: “El fariseo, de pie, oraba”. Como a nosotros el fariseo nos desagrada, pensamos inmediatamente que está de pie para hacer alardede su práctica religiosa y, por tanto, de una manera hipócrita se presenta ante Dios. Nada de esto; oraba de pie porque esta es la actitud normal del judío piadoso cuando reza. Lo hace de pie, y lo mismo se dirá del recaudador de impuestos, ora de pie. Así que nada de hipocresía; de hecho, también deberíamos aprender de ellos a rezar de pie; uno no se arrodilla ante Dios; ante nuestro padre no nos arrodillamos y ante Jesús tampoco porque que se presentó como nuestro amigo. Nos sentamos cuando escuchamos su palabra y nos ponemos de pie cuando es nuestro interlocutor.
Orar de rodillas no educa a cultivar esa relación confidencial con el Padre celestial que quiere que nos sintamos a gusto con Él. Arrodillarse es un legado de una espiritualidad que debe ser superada. Cerremos el paréntesis.
Por tanto, este fariseo está orando bien. Pero existe un problema, sin embargo, estaba rezando para sí mismo. Prestemos atención a la traducción del texto griego: ‘πρὸς ἑαυτὸν’ – ‘pros heauton’ no significa que rezara en voz baja, sino que rezaba para sí mismo, replegado sobre sí mismo. Esto es el punto que revela que su oración está mal hecha; no por maldad, sino que esta oración se hace mal. Está convencido de que se dirige a Dios, pero en realidadestá hablando consigo mismo; está hablando con el Dios que tiene en mente y no se dirige al rostro del Dios verdadero. Su interlocutor es el Dios que aprendió en la catequesis de los rabinos, un Dios que también siempre le ha gustado porque razona exactamente como él, piensa como él, un Dios que premia al que obedece y castiga al que transgrede su ley; un Dios que no quiere tener nada que ver con los pecadores.
Es a este Dios a quien se dirige, pero no dialoga con él, está dialogando consigo mismo; ese Dios que básicamente se ha inventado y que le gusta. Está convencido de que está rezando, pero no está hablando al Dios verdadero. Dios es básicamente una excusa para auto contemplarse, porque está totalmente de acuerdo con este Dios; y de hecho su oración: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador de impuestos”. Digamos de inmediato que es sincero. Nosotros pensamos que todos los fariseos son falsos; no, es sincero. Está convencido de que habla ante Dios, por lo tanto, no puede mentir, dice la verdad, lo que siente por dentro. Y Jesús no dirá que dice mentiras, no, es así, da gracias a Dios de que no es ladrón, adúltero como desgraciadamente lo son otros hombres. Esto, naturalmente, nos molesta porque se compara con los demás y dice que todos ellos son injustos, adúlteros y ladrones. Y luego, sobre todo, nos perturba y molesta la alusión al recaudador de impuestos.
Pero, admitamos sin prejuicios, que estamos ante una persona justa, íntegra, honesta, reconozcámoslo. Y la lista que hace de sus virtudes no terminó: “ayuno dos veces por semana”. En Israel sólo había un día de ayuno obligatorio, el de Yom Kippur, luego se añadieron otros cuatro ayunos, en recuerdo de cuatro tragedias que habían ocurrido al pueblo de Israel, pero este fariseo ayuna dos veces por semana, los lunes y los jueves; el lunes en recuerdo de la ascensión de Moisés al Sinaí y el jueves su descenso.
También paga los diezmos de todo lo que posee. La ley establecía que, en el momento de la cosecha, el agricultor debía entregar inmediatamente los diezmos de los productos principales, el trigo, el vino, el aceite, los primogénitos del rebaño. Se trataba de ofrendas destinadas a los pobres y también para sostener los gastos del templo y la formación de los jóvenes rabinos. Este fariseo sabía muy bien que los campesinos eran astutos y no entregaban los diezmos completos; tenían una familia numerosa y trataban de engañar un poco, daban algo, pero no exactamente el diezmo.
¿Qué hacía este fariseo cuando compraba productos de ellos sabiendo que no habían pagado el IVA? Lo pagaban ellos. Así que por mucho que busquemos algunos defectos en este hombre no descubrimos nada censurable; está orgulloso de su rectitud; nos molesta un poco cuando se compara con los demás, pero seamos sinceros, está claro que no son faltas graves y que tiene buenas razones para sentirse mejor que los demás. Decimos que si hubiera personas tan honestas, rectas e irreprochables, serían modelos de ciudadanos y les perdonaríamos gustosamente incluso un poco de orgullo. Ninguno de los oyentes de la época de Jesús se habría asombrado de la oración de este fariseo y todos habrían dicho, ‘así es cómo debe ser todo hombre; así es como uno debe presentarse ante Dios’.
Creo que ahora empezamos a simpatizar con este fariseo y es aquí donde Jesús quiere llevarnos y hacernos exclamar, ‘Quizás todos deberían ser como este fariseo; qué hermoso sería el mundo si todos fueran como él’. Es aquí donde que Jesús quería guiarnos, es decir, mostrarnos que somos nosotros los que razonamos como este fariseo no solo en la oración sino hasta en el comportamiento moral. Jesús no tiene nada que decir; este fariseo es una buena persona.
Escuchemos ahora cómo reza el recaudador de impuestos:
“El recaudador de impuestos, de pie y a distancia, ni siquiera alzaba los ojos al cielo,sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten piedad de este pecador”.
Hemos oído al fariseo enumerar todas sus buenas obras esperando así la recompensa merecida. ¿Qué puede presentar a Dios ahora el recaudador de impuestos? Absolutamente nada. De hecho, se queda lejos, no se acerca al fariseo porque se avergüenza; mantiene los ojos bajos hacia el suelo, no los levanta hacia el cielo; y se golpea el pecho, pide perdón al Señor. Cuando lo observamos bien nos da gana de ir a abrazarlo y darle una palmadita en la espalda y darle valor. El salmo 103 dice que ‘el Señor es bueno y misericordioso. Perdona todo’.
Estemos atentos porque esa actitud nos engaña; no es ese tipo amable y bondadoso que parece a primera vista. Es un delincuente. Es lo peor de la miseria moral de Israel. En su profesión es el encargado del pago de los impuestos y ha obtenido esta profesión con un contrato. Los romanos le pusieron una suma que tenía que entregar al estado y todo lo demás que imponía permanecía en su bolsillo. La ley le permitía aumentar la tarifa y cobrar más.
En resumen, es un ladrón autorizado; al asumir el cargo tuvo que ofrecer culto a los dioses por la salud del emperador, así que renegó de la fe y traicionó a su pueblo por dinero, por tanto, una persona que ha explotado hasta los pobres. Los judíos lo odian, no puede poner pie en casa de un judío piadoso; pero si entra en la casa, aunque sea por error, incluso las paredes deben ser purificadas junto con todos los objetos que hay en la casa. Está privado de sus derechos religiosos; no puede dar testimonio en el tribunal porque es falso y sus palabrasno son fiables; nadie acepta préstamos de él porque es un usurero, una persona poco fiable. El Talmud dice que estas personas no se pueden salvar porque tendrían que devolver todo lo que robaron, más el 20 %. Por tanto, es imposible que puedan salvarse.
Ahora que hemos aclarado quiénes son estos dos personajes, tratemos de preguntarnos con quién nos sentiríamos a gusto para ir por la calle: ¿Con un recaudador de impuestos?¿Seremos capaces de sostener las miradas y bromas de los que nos ven paseando con ese recaudador de impuestos? O ¿preferiríamos caminar con un fariseo? Por la calle no discutiremos sobre teología porque tenemos en mente un rostro diferente de Dios; el rostro del fariseo no es el rostro del Dios de Jesús de Nazaret, pero no discutimos de teología.Cuando caminamos por la calle podemos estar orgullosos de estar al lado de una persona leal, honesta, íntegra; y, de hecho, Jesús no pronuncia un juicio moral sobre la vida de los dos porque Jesús estaría de acuerdo con nosotros en que el fariseo es una persona honesta y el recaudador de impuestos es un delincuente.
El juicio de Jesús es sobre el rostro de Dios que los dos van a rezar. Rezan a un Dios diferente y eso es lo que Jesús quiere que nosotros entendamos muy bien, cuál es el Dios al que nos dirigimos en la oración.
Escuchemos ahora el juicio de Jesús no sobre la vida moral de los dos, sino sobre su oración al Dios que es su interlocutor:
“Les digo que el recaudador de impuestos volvió a casa absuelto y el otro no. Porque quien se alaba será humillado y quien se humilla será alabado”.
¿Por qué Jesús pronuncia este juicio sobre el fariseo y dice que no regresó a su casa justificado? Es el fariseo que es tan bueno, que ha hecho muchas obras buenas… Sólo basta examinar la oración que hizo. ¿Cuál es el rostro de su interlocutor? ¿Qué rostro tiene su Dios? Es el rostro de un fariseo, un Dios administrador que toma nota de las buenas obrasque el fariseo hace, y que también le sugirió que no se olvidara de anotar allí las faltas del recaudador de impuestos que estaba en el fondo.
En realidad ¿qué hizo Dios por el fariseo? Nada; el fariseo se declaró justo por sí mismo.Comenzó su oración diciendo: ‘Te doy gracias Señor’; pero ¿qué es lo que le agradece? Lo hizo todo él solo. Si se hubiera dirigido al verdadero Dios su acción de gracias se habría formulado de una manera completamente diferente; intentaré formularlo yo mismo, habría dicho: ‘Señor, hace mucho tiempo que quería venir al templo para ver tu rostro; vine a decirte que soy una persona feliz y que no sé cómo darte gracias porque te lo debo sólo a ti; tuve la suerte de escuchar tu palabra en la sinagoga, y también la escuché en casa, de boca de mis abuelos, de mis padres; fue esta palabra la que guió mis pasos. Yo también he formado una familia feliz porque escuché tu palabra; para ser honesto, tú sabes Señor que yo también corrí el peligro de desviarme, de convertirme en adúltero y ladrón, pero fue tu luz y tu fuerza las que me mantuvieron en el buen camino. Todo es gracias a ti. Sólo puedo agradecerte la suerteque he tenido de confiar en ti. Y luego está el del fondo; lo conozco; está lleno de dinero y mujeres, pero es un pobre desgraciado; por desgracia, él no tuvo tanta suerte como yo. Se ha extraviado desde que era un niño porque perdió la cabeza por el dinero. Señor, déjame entender cómo puedo ayudarle a encontrar el camino de la alegría porque quiero que sea feliz como soy yo’. Esta habría sido su oración si hubiese tenido en mente el rostro del verdadero Dios.
Ven que el fariseo no es malo, es ingenuo, no ha entendido que no son las buenas obras las que lo hacen a uno justo. Las buenas obras son la señal de que el Señor te ha hecho justo; son el fruto que revela que el árbol está lleno de vida, pero no son los frutos los que dan vida al árbol. El fariseo no debe renunciar a su vida irreprochable, pero debe rechazar la falsa imagen de Dios en su mente.
¿Cómo volvió a casa? Como antes, con todas sus buenas obras innegables, no se ha convertido en un malvado, sino que no se ha permitido envolver en la relación correcta con el verdadero Dios. Y a partir de esta imagen deformada de Dios, vienen todos los problemas. En primer lugar, la necesidad para crear líneas divisorias entre los justos y los pecadores, a los que considera nulidades humanas.
Veamos ahora con atención cuál es la relación del recaudador de impuestos con el Señor ¿Cómo es que se encuentra en una posición de ser hecho justo por el Señor? Basta con recordar lo que dice la parábola sobre él. En primer lugar, dice que él se queda a distancia, reconoce que está lejos de Dios. El Señor pudo hacerle comprender, tal vez a través de alguno de sus ángeles, que estaba lejos de Dios, y estando lejos de Dios estaba lejos de la vida. Vino al templo porque el Señor se lo hizo entender.
Luego, está lejos del fariseo porque es consciente de la gran diferencia que hay entre su forma de vida y la de un hombre fiel a los mandamientos, y lo admite estando a distancia. ‘El fariseo es mucho mejor que yo; yo lo hice todo mal en la vida’. Y, ‘no levanta los ojos al cielo’, es decir, el cielo es el lugar que representa a Dios y no está en condiciones de presumirde nada delante de Dios.
Luego se golpea el pecho; ¿por qué se golpea el pecho? Porque en el pecho está el corazón; el corazón es la sede de la que parten todas las opciones, todas las decisiones. La sede de su corazón es el pecado. Esa es la razón por la que se golpea el pecho y esto es muy extraño porque los hombres no se golpeaban nunca el pecho, eran las mujeres las que se golpeaban el pecho, que lloraban, se tiraban los cabellos, pero que un hombre se golpeara el pecho era inconcebible. Con este gesto reconoce que es débil y frágil, al igual que las mujeres, y siente la necesidad de ser fortalecido por el espíritu del Señor.
No sé si este recaudador de impuestos conocía el Salmo 51, pero creo que con su gesto hace eco del versículo del salmo que dice, “crea en mí, oh Dios, un corazón puro, un corazón nuevo. Saca fuera el corazón que me impulsa a pecar y pon tu espíritu que me lleve a la vida”.
Luego, diciendo, ‘Oh Dios ten piedad de mí que soy un pecador’ hace una oración muy corta. Nosotros esperaríamos que, así como el fariseo ha hecho una lista de todos sus méritos, él enumerase todos sus pecados. No es necesario; si escuchó lo que el fariseo dijo que no era como el del fondo, podría haber dicho, ‘Señor soy todo lo contrario a lo que dijo el fariseo; no hice ninguna de las buenas obras que él hizo’. No ruega que no se le castigue cuando dice ‘ten piedad’. No, no tiene miedo a los castigos de Dios porque ahora ha comprendido que Dios es amor. Quiere gracias a Dios, porque Dios le ha hecho comprender que debe dejar el mal camino y pide que, con su misericordia, es decir, con su amor, siga acompañándole en el difícil camino que ahora emprende.
El recaudador de impuestos está justificado porque tiene la disposición correcta que permite que Dios lo haga justo. En este punto es importante el versículo introductorio del pasaje de hoy que aclara a quién va dirigida la parábola. Los destinatarios son algunos que presumen de ser justos y desprecian a los demás. Estos no son los fariseos de la época de Jesús, que ya están muertos, son los fariseos presentes en nuestras comunidades cristianas de hoy porque la levadura de los fariseos sigue estando presente y esta levadura es la que nos hace rezar al Dios que es fariseo, es decir, que toma nota las buenas obras, de las malas obra, y no hace nada más; y luego premia y castiga; y así ha entrado también en la comunidad cristiana la espiritualidad de los méritos que es la negación de la gratuidad del amor.
Les deseo a todos un buen domingo y buena semana.
